Internet, lo que hemos olvidado

Internet nos ha brindado muchísimas herramientas, pero ¿Qué hemos perdido? a ¿Qué costo?, actos, cosas, relaciones, hemos perdido algunas de ellas sin darnos cuenta, sin percibir la falta que en estas épocas nos hacen.

Enviar y recibir cartas

Uno de los actos más estéticos y sensibles que incluía la tradicional interacción entre seres humanos era, sin duda, el intercambio de cartas. Ese apasionante y ceremonial momento de trazar a mano los pensamientos sobre un papel, quizá a media luz y tratando de extraer las hebras más lúcidas de nuestras reflexiones y sentimientos, parece haber quedado ya en el olvido. Además, incluía ir a depositar la carta al correo y cultivar la paciencia hasta que llegase a su destino y luego regresara una misiva similar a nuestras manos.

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 La concentración 
Si hay algo que distingue a nuestra cotidianidad es el malabar frenético de tareas y labores. No por nada se dice que hoy el capital más cotizado entre la sociedad contemporánea es la atención. Y es que la cantidad de estímulos que Internet provee es tal que los tiempos en los que nos abocábamos a una sola tarea, inmersos en las entrañas de actividad «monogámica», parecen haber terminado para siempre. Si bien la productividad y acumulación de conocimiento (o por lo menos información) fluyen hoy más que nunca, por otro lado la concentración ya no es una herramienta tan común; cada vez es más complicado alcanzar estados en los que estrictamente desplegamos un alto nivel de concentración.
 La privacidad
Ya sea de manera voluntaria (a través de un voyeur en redes sociales) o no (por medio de espionaje legal o ilegal que implementan compañías y gobiernos), lo cierto es que hemos cedido nuestra privacidad a favor del uso de servicios que se concentran en Internet. El problema es que muchos de nosotros ni siquiera hemos hecho esto consciente y, peor aún, estamos lejos de entender las consecuencias implicadas en este fenómeno. La privacidad, que debería ser un derecho garantizado por los actuales gobiernos y entidades regulatorias, es hoy un bien cada vez más ajeno, y esto es algo que tarde o temprano podríamos lamentar enormemente.
Vía: Pijama Surf

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