Leer a los niño uno o más cuentos matemáticos a la semana mejora notablemente su rendimiento escolar en la materia.
La lectura de historias que mencionan explícitamente conceptos matemáticos podría ayudar a los niños a mejorar su rendimiento en la disciplina.
Muchos padres leen a sus hijos un cuento antes de dormir. Aparte de resultar entretenido, acostumbrar a un niño a escuchar y comprender historias puede ayudarle a reforzar sus capacidades lingüísticas, un aspecto que los pequeños abordan también en la escuela. Sin embargo, algo mucho menos habitual es que los padres realicen con sus hijos actividades lúdicas orientadas a ejercitar sus conocimientos de matemáticas. Para un gran número de familias, las matemáticas constituyen una disciplina cuya práctica se circunscribe exclusivamente al ámbito escolar.
Un estudio reciente sugiere que modificar mínimamente ese hábito bastaría para mejorar de manera notable el rendimiento de los niños en matemáticas. Según Talia Berkowitz y otros psicólogos de la Universidad de Chicago, leer a niños de primaria uno o más «cuentos matemáticos» a la semana puede hacer que, al final del curso académico (nueve meses), los pequeños ganen el equivalente de hasta tres meses de aprendizaje escolar en dicha materia. Los resultados aparecieron publicados hace unos días en la revista Science.
Los investigadores dieron a 420 familias del área de Chicago un iPad con la aplicación Bedtime Math. Esta aplicación electrónica incluye historias cortas que mencionan explícitamente conceptos relacionados con los números, las formas geométricas y otras nociones matemáticas. Al mismo tiempo, un grupo de control formado por 167 familias recibió una aplicación con historias casi idénticas pero en las que se omitían dichos conceptos. He aquí un ejemplo de las dos versiones:
La nata montada fue inventada hace unos 500 años [mucho tiempo] por unos tipos con largos e impronunciables nombres italianos y franceses. […] Por aquel entonces no había electricidad, por lo que tenían que batir a mano. Por suerte, el esfuerzo valió la pena. Al batir, las burbujas de aire entran en la nata líquida, lo que hace que ocupe más «volumen», o espacio. […] ¡Una taza [Un poquito] de nata líquida se convierte en tres tazas [un montón] de nata montada! Tratándose de algo tan importante como un postre, ¡aquello era fundamental!
Después, los padres debían formular a los niños preguntas como: «Si puedes convertir 2 tazas de nata líquida en 6 de nata montada, ¿cuántas tazas de aire han pasado a la nata?» (grupo experimental) o «¿Cómo montaba la gente la nata antes de que se inventase la electricidad?» (grupo de control).
Un test estandarizado realizado al principio y al final del año académico reveló que, en comparación con el grupo de control, los niños del grupo experimental habían aumentado de manera significativa sus destrezas en matemáticas. Curiosamente, la mejora fue más notoria en aquellos niños cuyos padres reconocían sentir fobia hacia las matemáticas, una actitud común en buena parte de la población adulta.
Los investigadores creen que dicho efecto podría deberse a que, en las familias en que los padres no rehúyen los conceptos matemáticos (números, formas, etcétera) cuando hablan con sus hijos, buena parte de ese refuerzo extraescolar ya estaría hecho. Los autores argumentan en su artículo que este tipo de actividades sencillas podría evitar que el desasosiego que algunos padres sienten con respecto a los números acabe repercutiendo nergativamente en la educación matemática de sus hijos.